BOBOS

La sesión era en principio de una hora de duración pero normalmente no superaba los 40 minutos.

Mi primer día fue una copia de los 8 siguientes (al final ni siquiera dí las 10 sesiones, el medico rehabilitador, con la colaboración del fisio, me dio el visto bueno a las 9 sesiones).

Entraba en la sala que era como un gimnasio en miniatura y lo primero que veía era una señora de avanzada edad trabajando sus hombros con ejercicios de polea; en dos camillas situadas a la derecha de la sala estaban dos señores de la tercera edad con dos extrañas lámparas de bombillas rojas enfocadas directamente hacia sus respectivas lesiones; a la izquierda, en una sala, siempre veía a la misma señora encerrada en una máquina que en principio sólo hacia ruido; en una última camilla el fisio se dedicaba a hacer masajes.

Noté que toda la gente tenía una característica común y era que llevaban una cara de pena que poco a poco se me fue contagiando.

Resumiendo éramos 6 pacientes para un fisio. Mi recorrido era el que le planteaba menos trabajo al masajista: los 10 primeros minutos haciendo ejercicios en el plato de Freeman; 15 minutos estirado en la máquina que hacía ruido; 10 minutos con la lámpara y 5 minutos de masaje.

“Aunque no notes nada te está trabajando el tobillo”. Sin yo ponerle en cuestión los efectos de la máquina, el fisio me repitió esa frase todos los días por lo que yo al final ya acabé sospechando de si la máquina hacia algo más que ruido.

A la novena sesión el fisio me mandó a que me viera 4 porque según él poco más tenía o podía hacer, y de la misma forma lo vio 4. Desde la lejanía de su mesa me mira el pie y dice: “uy sí sí, estás mucho mejor. Lo que tienes que hacer es, en el pasillo de tu casa, andar un poco con las puntillas y otro poco con los talones. Prueba a hacerlo ahora”

Me puse a andar de puntillas en la consulta de 4 mientras ella me alababa por lo bien que lo hacía “Eso es, muy bien eh. Pues todos los días repites esto en tu casa un rato”

Comprendí al salir de la clínica que la cara de pena era en realidad cara de bobos, esa era la que teníamos los de la clínica cuando comprendíamos que nos estaban tomando el pelo pero que no podíamos hacer gran cosa por remediarlo.

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